lunes, 16 de marzo de 2009

¿Qué es la Lectio Divina?

La Lectio Divina

La Lectio Divina es algo más que un método para aproximarse a la Escritura, va más allá de la exégesis o del análisis textual. Es una actitud, una manera de situarse ante la Palabra que Dios nos dirige, es un encuentro personal, una experiencia mística de Dios. La Lectio no es un fin en sí misma, no se reduce a un objeto a estudiar, a un ejercicio de meditación o de distensión espiritual. La Palabra siempre remite a la vida, a la comunidad, al otro. Provoca e interpela. No se puede domesticar. No somos nosotros los que la poseemos, sino que es ella la que nos posee y nos transforma, si somos humildes y dóciles a la voluntad de Dios. Sólo así la Lectio Divina será fermento, estímulo y luz.


Como me han pedido que explique mejor en qué consiste la Lectio divina, lo haré semanalmente por partes. Para entendernos mejor la voy a llamar Lectura orante de la Biblia.


Lectura Orante de la Biblia (Parte 1ª)

Lectio divina quiere decir lectura divina. Otros traducen lectura orante. Indica la práctica de la lectura de la Biblia que los cristianos hacen para alimentar su fe, su esperanza, su amor y su compromiso.


Después de una breve información histórica y algunas consideraciones generales, vamos a analizar de cerca los cuatro grados de la lectio divina: la lectura, la meditación, la oración y la contemplación. Son los cuatro pasos de la lectura de la Biblia, tanto individual como comunitaria. Son también, y sobre todo, cuatro actitudes permanentes que debemos tener ante la palabra de Dios.


Un poco de historia


En su origen, la lectio divina no era sino la lectura que los cristianos hacían de la biblia para alimentar su, esperanza y amor, y así animar su peregrinar. La lectio divina es tan antigua como la misma Iglesia, que vive de la palabra de Dios y de ella depende como el agua de su manantial (DV 7.10.21).


La lectio divina es la lectura creyente y orante de la palabra de Dios, hecha a partir de la fe en Jesús, que dijo: “El Espíritu les recordará todo lo que yo les dije y los introducirá en la verdad plena” (Jn 14,26). El Nuevo Testamento, por ejemplo, es el resultado de la lectura que los primeros cristianos hacían del Antiguo Testamento a la luz de sus problemas y de la nueva revelación que Dios hizo de sí por medio de la resurrección de Jesús, vivo en medio de la comunidad.


En el transcurso de los siglos esta lectura creyente y orante de la Biblia alimentó a la Iglesia, a las comunidades, a los cristianos.


La expresión lectio divina procede de Orígenes. El decía que para leer la Biblia con provecho era necesario un esfuerzo de atención y asiduidad. Y lo que no se consigue con el propio esfuerzo, nos sigue diciendo, debe pedirse en la oración., “pues es necesario orar para comprender las cosas divinas”. De este modo llegaremos a experimentar lo que esperamos y meditamos.


En los siglos siguientes la lectio divina se convirtió en la espina dorsal de la vida religiosa. En torno a la palabra de Dios escuchada, meditada y rezada surgió y se organizó la vida monástica del desierto. Las reglas de Pacomio, Agustín, Basilio y Benito hacen de la lectura de la Biblia, del trabajo manual y de la liturgia la triple base de la vida religiosa.


La sistematización de la lectio divina en cuatro gradas se realizó en el siglo XII. Hacia el año 1150, Guigo, un monje cartujo, escribió un librito llamado La escalera de los monjes.


“Cierto dia, se presentó a mi mente una escalera de cuatro gradas espirituales: la lectura, la meditación,

la oración y la contemplación. Esta es la escalera de los monjes, por la cual suben de la tierra al cielo”.


Guigo muestra cómo cada uno de estos peldaños tiene la propiedad de producir algún efecto específico en el lector de la Biblia. A continuación resume todo diciendo:


“La lectura es el estudio asiduo de las Escrituras, hecho con espíritu atento. La meditación es una diligente actividad de la mente que, con la ayuda de la propia razón, busca el conocimiento de la verdad oculta. La oración es el impulso fervoroso del corazón a Dios, pidiéndole que aparte los males y conceda las cosas buenas. La contemplación es la elevación de la mente sobre sí misma que, suspendida en Dios, saborea las alegrías de la dulzura eterna”.


En el S. XIII, los “mendicantes” intentaron crear un nuevo tipo de vida religiosa, más inserta en medio de los pobres. Ellos hicieron de la lectio divina la fuente inspiradora de su movimiento renovador, como se trasluce claramente en la vida y los escritos de los primeros franciscanos, dominicos, servitas, carmelitas y otros mendicantes.


Después sobrevino un largo período en el que la lectio divina decayó. Era el triste efecto de la Contrarreforma en la vida de la Iglesia. Se insistía más en una lectura espiritual.


El Vaticano II, no obstante, retomó la antigua tradición y en su documento Dei Vervum, recomienda con gran insistencia la lectio divina (DV 25).


En el Sínodo de los Obispos en Roma en octubre pasado sobre “La palabra de Dios en la vida y la misión de la Iglesia”, uno de los temas tratados por los obispos ha sido la lectio divina. La meditación orante de la Palabra de Dios, particularmente en comunidad, es una de las recomendaciones que nos hacen encarecidamente los padres sinodales a los cristianos y a las comunidades.


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